Durante gran parte del siglo XX, estos territorios formaron parte o estuvieron bajo la órbita de la URSS, lo que dejó un legado común en términos de infraestructura, planificación urbana y arquitectura brutalista, así como en la adopción del idioma ruso como lengua franca en muchas regiones.

Además, la cultura política y social de estos países refleja todavía las complejidades de la transición postsoviética, con algunas naciones que han optado por una integración europea y atlántica, como los Estados Bálticos y Ucrania, mientras que otras, como Bielorrusia y Rusia, mantienen estructuras políticas más autoritarias y orientadas hacia Moscú.

Pese a sus caminos divergentes en las últimas décadas, el común denominador sigue siendo el esfuerzo por definir identidades nacionales propias tras décadas de centralización soviética.